This one appears in El Indálico (September 2006)
Hay poca gente hoy en día que no tenga un teléfono móvil.
Por estar empezando a llegar a la edad de la chochera, en la que olvido todo y hasta olvido lo que he olvidado, he tenido que introducir unas rutinas en mi vida para ahorrar viajes y paseos inútiles. Ahora, cuando salgo por las mañanas, canto una pequeña cantinela que me ayuda recordar no olvidar mis trastos. Más o menos es algo como, “anteojos, billetera, teléfono y testículos”, a la música de “Viva España” (y toco los cuatro puntos de la cruz).
Soy propietario de un móvil desde hace unos tres años. Si todavía no se manejarlo bien, si no puedo acceder a Internet, utilizar la brújula o encender la linterna, por mi condición de ser “mayor de edad”, al menos puedo llamar o contestar en la mayoría de los casos. No siempre tengo éxito, porque, a pesar de vivir a cien metros de una torre de telefonía móvil, en mi panorámica diaria, no tengo cobertura en la casa menos en el cuarto de baño. Así, sentado en el trono, hago mis negocios, tanto personales como comerciales.
-¿Qué es este ruido?
-Es que está pasando un coche.
-Suena más como un camión.
El otro problema es el diseño moderno del aparato. Si tocas este botón, se activa el altavoz. En la calle, o sentado en una cafetería, habitualmente guardo el móvil en el bolsillo de mis estrechos pantalones Levis, en consecuencia tengo a veces problemas al sacarlo sin tocar el botón antes mencionado.
-¡Si!, dice una voz desde mi pantalón.
-¡Oiga! Espere un momento, chillo, mientras intento sacar mi mano y el aparato juntos, pero no unas monedas, papeles, chicles, el billetero, las llaves y otras sorpresas y tesoros. Es un poco como la historia del mono y el cacahuete: el mono mete la mano en un jarrón en el que hay un cacahuete dentro. Si cierra el puño para cogerlo no puede sacar la mano. Por tanto o saca la mano vacía o no la saca.
Mi pantalón, mientras tanto, sigue conversando, con la consiguiente diversión de la camarera lituana.
A pesar de sus inconvenientes, el móvil es muy útil. Tiene una pantalla que expone la lista entera de mis contactos y amigos y fielmente me dice quien me está llamando (mientras tenga mis gafas a mano y no haya olvidado cantar mi rima esa mañana al salir y darme cuenta de que las he dejado en casa).
Los que no quieren que vea su número de teléfono en la pantalla, pueden mandar la información de que se trata de una “identidad oculta” para mantener su anonimato. Casi siempre se trata de alguien buscando a un tal “Benji” que, supongo que fue el abonador anterior a mí.
-¿Benji?- No dicen mas.
-Hello. Yes. Bonjour. Gruss Gött, Yo soy Benji. Oui, Diga... y feliz viaje. No importa como conteste, porque cuelgan enseguida. Todos cuelgan, cabe decir, menos una, que empezó a hacerme preguntas raras. Supuse que se trataba de una policía de inmigración que buscaba al tipo. Para felicitarla, y suponiendo que tenía una buena cuenta para gastos extraordinarios, la mandé a Miami para seguir con sus investigaciones.
La gente están llamándonos, a Benji y a mí, todos los días del verano. Estoy convencido de que se trata de un mafioso, y, por el acento de la gente que me llama, a lo mejor es uno de éstos que trabajan traficando con las personas. Sospecho que el número del teléfono de Benji (ahora el mío) está pintado todavía en algunas chabolas de Mauritania, o quizás en la puerta de un banco allí, y que lo anotan personas que van buscando viaje a las Canarias donde encontrarán una vida mejor. Visto el volumen de pateras y la amnistía casi automática del gobierno español, es sin duda un gran negocio. Me sorprende incluso, dada la peligrosidad del trayecto, que los responsables de bajar el número de muertos en las carreteras españolas no estén proyectando hacer algo parecido en las vías marítimas entre el continente africano y las playas españolas. Podrían salvar muchas vidas y ayudar aún más en el esfuerzo de hacer más multi-culturales nuestras ciudades.
No tiene nada que ver con lo anterior, pero ¿has visto que el Rubalcaba y La Bufanda están interesados en dar el sufragio activo y pasivo a todos los del Tercer Mundo que han recibido, “excepcionalmente”, su permiso de quedarse aquí para que voten en las elecciones locales? Vaya... vaya... ¿A quien elegimos?
El desaparecido Benji, el que antes ostentaba mi número de teléfono, y suponiendo que no se presente pronto como candidato por el ayuntamiento de Valencia, probablemente estará ya en el fondo del océano junto con algunos de sus clientes. O quizás la suerte haya sido otra y, con una residencia nueva – y un nuevo número de teléfono – está construyendo una urbanización enorme al sur de Madrid pagada con dinero negro (nunca mejor dicho).
Éste es un país lleno de oportunidades para todos, siempre que tengas un móvil.
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