Another old article from the vaults - this one in Spanish.
-Buenas tardes. Me llamo Josefina. Quisiera hablar con el abonado de este número, señor…
-¿Huh?
-Buenas tardes…
Son las tres y media de la tarde, pero de buenas, nada. Estaba envuelto en una sábana mojada, intentado pegarme una siesta, cuando el máldito teléfono no dejaba de sonar.
-Mire, Alberta, no queremos nada. Estamos enormemente satisfechos con su servicio, así que…
-…con el abonado de este número.
-Oiga Penélope, está de viaje.
-¿Cuándo puedo habl..
-Mire usted Genoveva, está presa en la Torre de Londres. ¿Por qué no vuelve a llamar cuando esté libre, dentro de diez años?
Lo difícil que es dormir una siesta. Los mosquitos están tranquilos por las tardes, probablemente gozando de sus digestiones de la velada anterior, y solamente tengo que luchar con las inoportunas moscas que se matan entre ellas por el placer de frotar sus patas sentadas en la punta de mi nariz, y, de vez en cuando, con algún listo que pretende hablarme.
Desconecto el aparato antes de que Josefina busque refuerzos y, envuelto en una nube de amables moscas, me voy a la cocina a prepararme una taza de té.
El telemarketing es peor que el spam - los mensajes basura - que recibimos diariamente en el ordenador. Llaman en el momento menos oportuno (lo mismo que hace el director del banco) y exigen o suponen que les debemos recibir con cortesía. Aún cuando se trata de una causa obviamente perdida como lo del otro día, cuando pretendían venderme un cursillo de inglés (”sí, señor, pero usted podría mejorar su idioma”). En los Estados Unidos, el gobierno ha abierto un registro para los que no quieren recibir este tipo de llamadas, denominado ‘Do Not Call’ (No Llamar). En la primera semana se registraron más de un millón de afiliados. Pronostican unos sesenta millones de abonados en el primer año. Únicamente exentos de esta barrera están los encuestadores (‘Hola, ¿qué piensa usted de la nueva ley contra el telemarketing?’), y es de suponer, los políticos.
Luego, están los mensajes de Telefónica que trastornan el móvil. Pocos más usan estos ajetreadas mensajes, exceptuando las empresas grandes – que una, en Inglaterra, llegó al desagradable extremo, hace un mes, de despedir a mil empleados, mandándoles un mensaje a su móvil-. ¡Esto si que es ahorrar tiempo!
El único sector que también los usa son los jóvenes, que mandan tonterías entre ellos.
El teléfono móvil ha penetrado al sector joven con tanto éxito que ninguno de ellos se plantearía salir sin este accesorio tan emblemático. Hay horas de placer escondido detrás de veinte botones, y la satisfacción de saber que ningún adulto puede manejarlas. Miles de jóvenes han sido engañados el mes pasado por un timo de una falsa Operación Triunfo. Estaban allí, en plena calle, cantado ‘A mi manera’ a un operativo en Singapur. Como nosotros, los padres, generalmente tenemos que afrontar el coste de llamada, les ofrezco una táctica para frenar su uso. Mande a su heredero eventual (si queda algo) un mensaje como que tiene que hacer alguna tarea (k ACE n tarea) y verá como, asustado y mortificado por haber recibido un mensaje tan poco orientativo del viejo, no volverá a coger el artilugio en varias horas.
Mi bisabuelo estaba presente cuando inventaron el teléfono. Fue periodista. Graham Bell, el autor del terrorífico invento, llamó – evidentemente con paloma mensajera – a todo el cuerpo de periodistas para presentarles su nuevo artilugio.
-¿Cómo se llama esto?, inquirieron los asustados periodistas.
-Se llama teléfono, respondió el autor.
-¿Y qué hace?
-Hasta que construya un segundo ejemplar, la verdad es que no sé.
Han avanzado mucho las comunicaciones desde entonces. Ahora todo el mundo está pendiente de su teléfono o su móvil, donde no se oye mucho más que ‘no te oigo’, o ‘¿qué?’o ‘no tengo crédito’ o ‘maldito invento, estoy fuera de cobertura’.
Pero, según mi experiencia, el momento no es de lo más idóneo (estoy en el baño, el ajo, el jardín, la otra línea…) y el llamante generalmente quiere algo.
-¿Oiga? Sí, ¿Lenox? Mira, has dejado tu móvil en el bar…
Antes, había un cacharro hecho de un plástico negro llamado bakelita que dominaba una mesa en el vestíbulo. El mayordomo siempre lo atendía.
–¿Pennsilvania 65000? Es para usted, señor…
Ahora están en cada habitación, en el coche, en el bolsillo.
Mi bisabuelo, alertado por otra paloma mensajera, volvió al año siguiente a ver al inventor.
-Miren, ahora funciona. En breves instantes sonará un timbre.
Sonó un timbre.
-¡Sí, diga!
-Hola. Me llamo Josefina. Quisiera hablar con el abonado…
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